Irrupciones espontáneas
"Hémione, Orangutan, Tigre, Grulla nos reaparecen sobre los fragmentos de nuestras cuevas modernas"
Hace mucho tiempo, - en tiempos inmemoriales en tierras desconocidas - tierras incógnitas, habia una mujer. La primera mujer.
En lo más profundo de la oscuridad de las cuevas, lejos del cielo y lejos de la mirada, sobre las paredes minerales, la mujer trabajaba y revelaba la luz.
Una figura emergió primero de sus palmas; fue una leona rugiente y múltiple.
Luego, de los instintos inciertos de la primera mujer surgieron las cornamentas interminables de un ciervo majestuoso, eterno y divino. Luego, mas segura, ella hizo deslizar de la punta de sus dedos, sobre la roca oscura de las profundidades, las crines ondulantes de un galope frenético.
Es ese día, en ese lugar escondido que la mujer original dibujó al hombre. El hombre nacido del salvajismo y del brillo de una mirada que raya las tinieblas.
Porque en esos tiempos, desde que recuerdo, el hombre se dibujaba animal. Representar el mundo real, su cuerpo y su soplo era como inscribirlo al negro carbón y al ocre de las líneas de lo viviente.
El único, el que no tiene nombre.
Y al no poder escribirlo, al no poder leerlo, para nosotros todos había que escucharlo rugir.
Entonces, ¿sin duda la mujer no tenía ningún nombre?
¿Sin duda su nombre era un canto o un soplo?
Aquí es un grito.
Traducción según el texto original de Céline Cauchois
Créditos: Fotografías por © Andres Quilaguy